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SEVILLA 2021

Crítica: Alegría

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- En la ópera prima de Violeta Salama todo parece estar al servicio del mensaje; los conflictos se enuncian, pero no van más allá de simples posibilidades

Crítica: Alegría
Laia Manzanares y Cecilia Suárez en Alegría

La vivencia de experiencias conflictivas no es suficiente para contar bien un conflicto. Un conflicto requiere de ambigüedad, de complejidad, de matices, dudas, dilemas morales, de contrariedades, por eso es un conflicto. En una ficción no basta con poner a un personaje de ascendencia judía (inserten la cultura que quieran) pero con problemas con esos orígenes para reflejar los conflictos que ello implica, para hablar del peso de la herencia, del significado de la identidad. Este es el error de partida de Alegría [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, la ópera prima de Violeta Salama (Granada, 1982), presentada en la sección oficial fuera de competición del Festival de Cine Europeo de Sevilla: pretender que con la enunciación de la existencia real o ficticia de esos conflictos ya sea suficiente para su reflejo.

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Inspirándose en su propia experiencia (su padre es sefardí y su madre católica) la película de Salama cuenta la historia de Alegría (Cecilia Suárez), una mujer en conflicto con sus raíces judías, con su pasado y su presente. Con motivo de la preparación de la boda de su sobrina (Laia Manzanares) con un joven melillense, parte de su familia se traslada a su casa en su ciudad natal –elección nada fortuita, en Melilla convergen las tres culturas mediterráneas–, donde lleva instalada desde hace un tiempo. La celebración de la boda servirá así de pretexto para reunir en un mismo escenario a las mujeres que conforman la historia, cada una procedente de una cultura: la mejor amiga de Alegría (cristiana), la joven que le ayuda en la casa (musulmana) y su sobrina (judía).

A partir de este argumento, la película de Salama pretende ser una comedia con mensaje optimista sobre la multiculturalidad y el sentido de la identidad, sobre la posibilidad de reconciliación, de convivencia y armonía a pesar de las diferencias que nos separan. Ese parece ser el objetivo de la directora: llegar a esa feliz moraleja, sea como sea. La pretensión de construir una película (o cualquier ficción) al servicio de un mensaje –por muy valioso que este sea– ya es una mala decisión de partida. Sin embargo, el gran problema de la película reside en lo que hace y cómo lo hace para llegar a él. Más allá de los tópicos evidentes, del fácil buenismo y de lo forzado que resultan los elementos que construyen el argumento de la historia –las mujeres protagonistas cada una de una cultura, la ciudad multicultural, la ceremonia judía–, la cuestión está en cómo utiliza esos elementos y en cómo pretende narrar esos conflictos de los personajes.

Una discusión puntual de repente hace tambalear las convicciones en un principio muy firmes de la prima judía; la joven musulmana se siente liberada de sus ataduras gracias a su rápido enamoramiento del primo de la prima que viene de visita; etc. Así de fácil se resuelven varios supuestos conflictos. El problema es que todo esto podría estar muy bien que sucediera si se diera el tiempo y el espacio necesarios para que esos asuntos pudieran ser conflictos, si se contaran esas dudas, esas contradicciones, esos procesos difíciles que estos implican. De lo contrario, todo parece ser un ejercicio de cálculo bastante perezoso y facilón: introducir los elementos x que permitan llegar más rápidamente a y. Solamente hay una emotiva escena que, gracias a la belleza del paisaje (y con ello, del trabajo de fotografía de Pau Esteve Birba) y de la música de Javier Limón, hace que las casi dos horas de metraje valgan algo la pena.

Alegría es una producción española de las compañías La Claqueta PC, Powehi Films, La Cruda Realidad, Alegría Película AIE y 9AM Media Lab. Latido Films la vende al extranjero.

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