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PELÍCULAS / CRÍTICAS España

Crítica: Meseta

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- En la España vaciada que retrata Juan Palacios, su abuelo concilia el sueño enumerando las casas deshabitadas de su pueblo, mientras las ovejas, liberadas de su labor, corretean por las praderas

Crítica: Meseta

A quienes somos de pueblo, algunos urbanitas recalcitrantes nos han mirado siempre con envidia: no sólo porque veraneábamos allí cuando éramos críos y te bañabas en el río o pasabas las noches buscando saltarrostros, sino porque creían que aquello era algo así como utopía, un paraíso de absoluta diversión y libertad. Pero los crecidos en el medio rural sabemos que no todo era tan idílico. Juan Palacios deja claro en una secuencia de su segundo largometraje, el documental Meseta [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, que tras pasar por festivales como Gijón, L’Alternativa y CPH:DOX, recala ahora en Palma de Mallorca gracias al MajorDocs.

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Palacios no ha filmado precisamente una crítica rotunda a ese estilo de vida en lugares pequeños, donde el tiempo parece (semi)detenido: Meseta –sin dejar de lado sus aspectos menos favorecedores– destila más pasión que recelo, más empatía que rechazo, y más poesía que reporterismo. Es el suyo un ejercicio amoroso de inmersión en un microcosmos que conoce bien, pues allí, en el pueblo zamorano de Sitrama de Tera, lugar principal de la acción, ha pasado muchos meses con sus abuelos.

Son ellos algunos de los personajes auténticos e irrepetibles que desfilan por este documental: los vemos, por ejemplo, limpiar alubias con esa serenidad que sólo da el tiempo y la templanza. Pero también conoceremos, gracias a la cámara atenta y sensible de Palacios, a las dos únicas niñas de la localidad, que juegan en el monte cercano, donde se cobijan las leyendas más sanguinarias. Asimismo al pescadero, que traslada al secarral de interior los productos y aromas –y asegura, los sonidos– de los mares que circundan la Península Ibérica. Y, sobre todo, a unos hermanos artistas –Los 2 Españoles– que en los años setenta popularizaron un himno musical titulado Monumento al camionero, que incluye sentencias tan sublimes como “todo un hombre y acaballero, de profesión camionero, que merece un monumento: ya lo dice el mundo entero, porque con una mano al volante y la otra elegante, ayudando a los demás... además de tu trabajo, ayudas a conducir”.

Como un transportista de sonidos (¡ay, el coro estival de chicharras es, sin duda, la magdalena proustiana de toda moderna de pueblo!), recuerdos y reivindicaciones de un estilo de vida que quizás –gracias a los últimos vaivenes socio-sanitarios– no se acabe de extinguir, Palacios, que reside en los Países Bajos, nos regala en Meseta todo tipo de sensaciones y emociones en los 75 minutos de su film. La confesión de su abuelo, que asegura que concilia el sueño cada noche no contando ovejas como el resto de humanos, sino enumerando las viviendas vacías de su pueblo; contrapone el lavado de la ropa en el arroyo, con tabla de madera y estrujamiento textil, con una lavadora que centrifuga; y sigue de cerca al rebaño lanar (liberado de sus obligaciones somníferas) por las llanuras polvorientas, hasta que cruzan tranquilamente una carretera por la que no transita ningún vehículo. Esta es la imagen perfectamente indeleble de esa colisión de tiempos, de naturaleza y civilización, antigüedad y modernidad que la filosofía rural ha sabido armonizar mejor que todos aquéllos que hemos emigrado a las ciudades... aunque quienes nos envidian ni se lo imaginan.

Meseta es una película de Doxa Producciones. Se estrenará el 23 de octubre en salas de cine españoles de la mano de Atera Films.

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