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SUNDANCE 2020 Competición World Cinema Documentary

Crítica: Once Upon a Time in Venezuela

por 

- En el marco de una Venezuela políticamente dividida, Anabel Rodríguez Ríos muestra a dos matriarcas que se enfrentan en el olvidado pueblo flotante de Congo Mirador

Crítica: Once Upon a Time in Venezuela

Las principales causas de los desplazamientos humanos son la desigualdad y los desastres ambientales. En las orillas del lago de Maracaibo han sufrido ambas. En su día el territorio era una mina de oro para toda Venezuela, gracias a sus enormes reservas de petróleo, pero en la actualidad la región que rodea el lago está contaminada, abandonada y asolada por las sequías. La sedimentación ha alterado la vida en los palafitos, viviendas de madera construidas sobre pilares a orillas del lago, a medida que los niveles de agua han disminuido. El río Catatumbo está contaminado con petróleo y arrastra peces muertos, serpientes y enfermedades hacia las aldeas flotantes como Congo Mirador. Aunque preservar la calidad del agua es crucial para la vida en estos pueblos, dragar la zona o invertir en su economía no está en la lista de prioridades del gobierno.

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En Once Upon a Time in Venezuela [+lee también:
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ficha de la película
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, estrenada recientemente en la Competición World Cinema Documentary del Festival de Cine de Sundance, Anabel Rodríguez Ríos explora estas dinámicas políticas desde un punto de vista local. Filmado a lo largo de siete años, el documental cubre una serie de momentos cruciales en la historia reciente de Venezuela, centrándose en dos matriarcas locales. Tamara, una ferviente y leal chavista, es la representante local del gobierno y ha sido reelegida en tres ocasiones. Nathalie, que no es miembro del partido, es la única maestra del pueblo. Dentro de este microcosmos, con sus disputas personales y partidistas, encontramos un reflejo del caos que vive la nación en su conjunto.

Las diferencias entre las dos mujeres se ven acentuadas por la proximidad de las elecciones parlamentarias. Tamara se aprovecha del soborno descarado, mientras que la resignación se apodera de Nathalie. La gente está abandonando sus aldeas, lo que en Congo Mirador significa literalmente trasladar toda su casa. La estructura se arranca del suelo y se transporta con dos barcos. Si bien esta imagen surrealista puede resultar estéticamente atractiva para un cineasta, también es esencial para el mensaje que intenta transmitir Ríos. Desde el baño y el afeitado, hasta la pesca y el transporte, el río lo es todo para la comunidad.

Con sus cabezas sobre el agua y sus manos tanteando a ciegas el fondo del río, la joven maestra y su familia recogen conchas. Posteriormente, pintan y personalizan estos tesoros, convirtiéndolos en joyas. Para compensar la falta de alimentos y suministros, Nathalie vende pendientes y pulseras para recaudar fondos para la escuela. La escena es un ejemplo claro del estilo de Anabel Rodríguez Ríos, centrado en grabar momentos efímeros de la vida cotidiana. Aunque aparentemente irrelevantes, estos episodios tienen un gran significado.

Al abandonar la ciudad, uno de los botes pasa junto a una pared pintada donde se puede leer "CHAVEZ", recordándonos que este desastre es el legado de tiempos pasados y que las autoridades, a ambos lados del espectro político, tienen algo en común: suelen olvidarse de estos lugares. Esta idea de abandono se ve acentuada durante un breve encuentro con El Venezuela, un viejo barco abandonado no muy lejos de la aldea, oxidado y varado en el fango que se acumula en el lago. "Nadie vino a buscarlo", explica un viejo músico, cuyas notas melancólicas nos acompañan durante todo el documental. Una imagen adecuada para el anteriormente próspero, pero ahora olvidado, Congo Mirador.

Once Upon a Time in Venezuela es una coproducción internacional entre Sancocho Público (Venezuela), Spiraleye Productions (Reino Unido), Golden Girls Films (Austria), Pacto Films (Brasil) y Tres Cinematografía (Venezuela).

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(Traducción del inglés)

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