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BÉRGAMO 2019

Crítica: Borders, Raindrops

por 

- El debut de Nikola Mijović y Vlastimir Sudar, ambos nacidos en la antigua Yugoslavia y docentes de cine en Londres, es una llamada a la paz universal, lejos del cine balcánico tradicional

Crítica: Borders, Raindrops
Kristina Stevović en Borders, Raindrops

La primera película de Nikola Mijović y Vlastimir Sudar, Borders, Raindrops [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, es una coproducción entre Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Serbia, Suiza y Reino Unido, que compite en la presente edición del Bergamo Film Meeting, y empieza con una escena de las tranquilas aguas del Adriático. Un silencio que anticipa una película ansiosa por promocionar su mensaje pacifista.

Mijovic y Sudar no son dos novatos recién salidos de la escuela de cine. Mijovic, nacido en Titogrado (ahora Podgorica, la capital de Montenegro), terminó sus estudios hace 20 años en el Central Saint Martins College of Art and Design, de Londres, y en la actualidad es profesor de cine en la University of the Arts de la misma ciudad. Sus artículos han aparecido en la antología The Cinema of the Balkans (Reino Unido) y en la revista Cineaste (Estados Unidos). Sudar, que es de Sarajevo, también estudió en Saint Martins y es conocido por su tesis doctoral sobre el icónico director yugoslavo Aleksandar "Saša" Petrović, publicada en Inglaterra en un libro titulado A Portrait of the Artist as a Political Dissident.

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Borders, Raindrops recuerda a la inolvidable Antes de la lluvia, de Milčo Mančevski, proyectada en Venecia en 1994, y a It Rains in My Village, de Aleksandar Petrović, presentada en Cannes en 1969. En esta última, el director yugoslavo utilizó a una niña con necesidades especiales para criticar al régimen comunista, hablando al estilo Dostoievski sobre la lucha entre el bien y el mal. En Borders, Raindrops, es la dulce protagonista, Jagoda, interpretada por Kristina Stevović, quien debe llevar la antorcha del bien. A diferencia de la joven de la película de Petrović, Jagoda es una intelectual que simboliza a los propios directores: una estudiante de filosofía que lee El intercambio simbólico y la muerte, la crítica al marxismo de Jean Baudrillard, y La razón populista, del post-marxista Ernesto Laclau. Sin embargo, Jagoda también es una figura paradigmática, un fantasma que atraviesa la película como si fuese una ilusión.  

La película está ambientada en la moderna Montenegro, en el triángulo entre Herzegovina y Croacia, donde las fronteras se dispersan en la montaña como gotas de lluvia. Durante un caluroso verano, Jagoda viaja desde la ciudad para visitar a su familia en un campo casi abandonado. En esas magníficas colinas, lejos del mar, un hombre que toca el guzla canta: “¿Por qué ahora somos dos países tan diferentes si antes éramos hermanos?”. El conflicto en la antigua Yugoslavia y el proceso de disolución posterior es un tema que está presente en toda la película, como un recuerdo, que representa un trasfondo insistente pero nada emocional, conectado con los sentimientos tan humanos de la protagonista. Zdravko, el primo de Jagoda, que no quiso irse y está reconstruyendo una casa derruida, se siente atraído por ella en un juego sensual e intangible. Con la vista puesta en el público internacional (especialmente el británico), los directores aluden brevemente a la diáspora de la posguerra, a la globalización de la economía y a la nostalgia de un socialismo real en donde (como afirma una anciana bosnia) “los jóvenes trabajaban para desarrollar el país, y había educación y seguridad para todos”. De repente, la película revierte su perspectiva y se centra en los niños: fingen estar en guerra cerca de un campo de minas, entre las tumbas de los serbios masacrados, y desprecian a un policía fronterizo para después hacerse amigos del joven croata.

La fotografía de Miloš Jaćimović enfatiza el esplendor de la luz en las localizaciones, mientras que la edición de Aleksander Fry respeta el canon del cine de autor, que opta por diálogos interminables, tomas fijas, zooms lentos, y lentes con distancia focal. Los directores eligen un camino de “paz y amor” de interés universal, respondiendo a los prejuicios occidentales sobre los Balcanes con una imagen diferente, de amabilidad y de amor (como dice Sudar en una entrevista), para despojar a su historia de los elementos propios del intenso cine balcánico que tanto nos gusta.

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(Traducción del italiano)

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