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GIJÓN 2018

Crítica: El zoo

por 

- La debutante Gemma Blasco sorprende con un drama teatral millennial que encuentra momentos de verdad en su revoltoso juego de realidades y ficciones

Crítica: El zoo

La sección Llendes del 56° Festival Internacional de Cine de Gijón ha acogido estos días el estreno mundial de El zoo [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
, el primer largometraje firmado por la realizadora barcelonesa Gemma Blasco. La naturaleza peculiar del proyecto hace complicado clasificar este trabajo. La idea de dar forma a esta película nació en la mente de la directora mientras trabajaba en la parte audiovisual de la obra de teatro Captius, producida por la Sala Beckett de Barcelona a través de Els Malnascuts, su laboratorio de creación joven.

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La pieza teatral recreaba un reality show extremo (un híbrido entre Gran Hermano y un capítulo de Black Mirror) cuyo público podía decidir el momento en el que cada personaje dejaba la escena. Blasco fue testigo de excepción de todo lo que ocurría durante los ensayos: los conflictos que se generaban entre los actores y las actrices, el complejo proceso en el que la persona se transforma en el personaje, los altibajos emocionales que los artistas experimentaban... La cineasta vio en todo esto el material perfecto para elaborar un trabajo cuyo resultado final es tan arriesgado como estimulante.

Cuando la película empieza, nos encontramos a un grupo formado por cuatro actrices y un actor, todos ellos muy jóvenes. En mitad del trasiego propio de un camerino, se enredan en conversaciones cuya naturaleza no es fácil identificar. ¿Repiten las frases del texto que más tarde interpretarán sobre las tablas o hablan entre ellos sin más? Esta sensación se mantendrá durante buena parte del metraje, y esta exploración de la barrera entre lo ficticio y lo real es el punto fuerte de la película. En la obra que los intérpretes representan los conflictos entre los personajes son continuos: su destino depende de su continuidad en el concurso. Al mismo tiempo, es el público de la obra el que decide qué personaje se mantendrá en escena hasta el final, con lo que ello supone para las posibilidades de lucimiento de cada intérprete.

Más allá del texto teatral original, el resto de la película carece de guion, las indicaciones de la directora y la capacidad de improvisación de los intérpretes son la base de la mayor parte de lo que vemos. Así, se construye ante nosotros un artefacto imposible en el que las diferentes capas de realidad se confunden, consiguiendo provocar una sensación de pasmo en el espectador, que no tiene otro remedio que dejarse llevar por la propuesta que le sirven.

Impresiona ver una directora debutante con tanta capacidad para conseguir que una propuesta con una narrativa tan compleja no descarrile en ningún momento. Esto no ocurre, en buena parte, gracias a un montaje inteligente, que intercala escenas trepidantes con momentos más sosegados, lo que permite a la película respirar y al público seguir conectado. Sorprende también la capacidad con la que los actores transitan entre la interpretación intensa y exagerada propia del teatro y la naturalidad y el realismo que el estilo casi documental de la película demanda.

El zoo es una producción de Tekila Movies en colaboración con el laboratorio de creación joven Els Malnascuts de la Sala Beckett de Barcelona.

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