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ZÚRICH 2018

Crítica: Walden

por 

- La meditativa última cinta del director suizo Daniel Zimmermann hipnotiza en el mejor sentido de la palabra, llevándonos al corazón de un misterioso bosque

Crítica: Walden

Producida por la atrevida compañía Beauvoir Films, y con el productor Aline Schmid al frente, Walden [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
reta al espectador desde la primera toma. Radical estéticamente, por no decir intransigente, la última película de Daniel Zimmermann, que se llevó el Swiss Encouragement Award en el Festival de Cine de Zúrich después de haber ganado en julio el Premio Especial del Jurado en el Certamen de Documentales del Festival de Karlovy Vary, ofrece a sus espectadores un artefacto meticulosamente estudiado, tan sencillo como abrumador. 

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A lo largo de trece planos secuencia de 360 grados, la película presenta una coreografía animista, que se enfrenta con decisión al frenesí que caracteriza a la sociedad actual. Opuesto conscientemente a la incesante búsqueda por el “todo ahora”, que reprime cualquier intento de reflexión y convierte a los hombres en pequeños soldados serviciales, Walden representa un acto de desobediencia real. Una postura que se señala en el título de la película y nos hace imposible evitar pensar en el maravilloso libro Walden o la vida en los bosques del escritor estadounidense Henry David Thoreau, un verdadero pilar del movimiento ecologista. El libro se centra en las vivencias de un escritor que, como respuesta al sinsentido de unos Estados Unidos jóvenes, marcados por la esclavitud y la injusticia, se retira al bosque para encontrar su humanidad y reconectar con los fundamentos de la naturaleza, igualitaria y racional. Asimismo, Daniel Zimmermann nos ofrece una película que va a contracorriente: en parte debido a la lentitud de los planos y, en parte, de forma más literal, a la manera en que la historia se desarrolla en orden inverso.

Walden sigue el viaje inverso de los troncos de madera, desde que se convierten en tablones tras ser recogidos en un bosque de Austria por el monasterio católico de Admont, hasta su último destino en el corazón de la selva tropical brasileña. Cada toma representa una etapa del viaje, por tierra y por mar. Es un viaje sorprendente: desde el último destino de la madera hasta sus orígenes en el bosque, lo que subraya la absurdez de su producción. A través de la lentitud de los planos, la distorsión de la linealidad narrativa y la fragmentación metódica de cada etapa de este viaje ilógico, el director pretende despertar nuestra conciencia inactiva. Gracias a contemplar la realidad desde otra perspectiva, los espectadores (aquellos que se hallan atrevido a aventurarse en el loco proyecto de Daniel Zimmermann) recuperan su realidad, y se libran así de la esclavitud de la inmediatez que los controla. Obligados a avanzar al ritmo de la cámara, que gira 360 grados sobre su eje, los espectadores activan todos sus sentidos. Para poder entender lo que ocurre, no basta con concentrarse simplemente en el momento breve en el que la cámara apunta a una acción en movimiento (por ejemplo, cuando están cortando árboles), sino que hay que rellenar los huecos mediante la secuencia narrativa, así como a través de las numerosas pistas auditivas y sensoriales. Los detalles, que pasan inadvertidos la mayor parte del tiempo, adquieren todo su poder simbólico. Los árboles, sus hojas o los pequeños movimientos de la vegetación que respira bajo nuestras narices transforman esta película en una espléndida coreografía.

Una película minimalista y animista reservada a quienes tienen el valor de salir de su zona de confort. 

Walden ha sido producida por Beauvoir Films, que también se encarga de las ventas internacionales, y coproducida por Schweizer Radio und Fernsehen.

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(Traducción del italiano por Marina García Gómez)

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