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PALIĆ 2018

Crítica: Manhood

por 

- El film de Péter Politzer es una elegante "vision fugitive" que adopta una poética digna de la Nouvelle Vague para describir tres momentos de tres existencias masculinas en la Budapest actual

Crítica: Manhood

Podríamos pensar, en vista del título del primer largo de ficción como director del montador húngaro Péter PolitzerManhood [+lee también:
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 ("masculinidad, el hecho de ser un hombre"), programado en la sección de nuevo cine húngaro del 25º Festival de Cine Europeo de Palić, que estamos ante una forma de responder a los debates actuales sobre la definición de las identidades sexuales. No podríamos estar más lejos de la realidad: se trata de algo mucho más poético y sutil. Esta obra en blanco y negro, a la que el montaje absolutamente elegante de Politzer dota de un ritmo tan persistente como soñador, tiene ese estilo que tenía el cine de la Nouvelle Vague, una especie de chic clásico en su rigor y al mismo tiempo completamente moderno, sostenido por un humanismo de los más delicados.

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Los tres personajes que seguimos de forma alterna a lo largo de un día, desde el momento del despertar, por orden cronológico pero no necesariamente lineal, pues el relato adopta un enfoque subjetivo, son tres personajes masculinos de edades diferentes: Samu, un preadolescente mestizo que intercambia palabras dulces con una compañera de clase mientras esperan, como siempre, el regreso de su madre, tan pálida y frágil en su cama de hospital que ya parece muerta; Frank, un contrabajista cuarentón que cuida de sus dos hijas en ausencia de su mujer, que debe procurar una batuta a su director de orquesta y se enfrenta, antes del gran concierto de la noche, a toda clase de imprevistos; Dezso, un fotógrafo nonagenario y un poco excéntrico que habla en off sobre su vida pasada y el cáncer de su quinta esposa, que era pianista, mientras que observamos sus gestos serenos, desde la hora del amanecer hasta el crepúsculo, sin intervenir. Así, tres porciones de vida, tan cotidianas como capitales, se nos brindan tal y como son, sin didascalia, a trazo discontinuo, como los posibles lazos que podrían tener o no entre ellas, lazos que se sugieren fugazmente, y que podrían apoyarse sobre el motivo ubicuo de instrumentos de música siendo tocados, pero que la cinta nos invita precisamente a no considerar más allá de la alusión poética. 

Junto con el montaje, el exquisito paisaje sonoro (compuesto de ocasionales pizzicati de jazz a lo Mingus y otras armoniosas disonancias de grupo musical afinando instrumentos) y la fotografía (magnífica, de una infinita sutileza, detrás de la cual se percibe un nivel de maestría que prescinde de florituras, ya observemos de cerca los rostros, las manos, los objetos de su atención, o nos alejemos de los cuerpos para reubicarlos en la arquitectura de sus decorados cotidianos) corroboran este relato en forma de delicado puzle, en el que los desenfoques y las elipses, dejadas en manos del espectador, alojan toda la humanidad del film: toda su sensibilidad, conmovedora porque es discreta, y toda su inteligencia, brindando tres retratos tan contemporáneos y precisos como inacabados. 

Manhood es una producción de la compañía húngara Katapult Film, que se encarga también de las ventas internacionales.

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(Traducción del francés)

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