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CANNES 2018 Competición

Crítica: Yomeddine

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- CANNES 2018: El egipcio A.B. Shawky se estrena en el largometraje en plena competición por la Palma de Oro con una road movie sencilla y solar sobre la exclusión social

Crítica: Yomeddine

Se trata de una invitada sorpresa a la competición oficial del 71º Festival de Cannes. Yomeddine [+lee también:
tráiler
entrevista: A.B. Shawky, Dina Emam
ficha de la película
]
(que significa "juicio final" en árabe) es el primer largometraje de A.B. Shawky, un cineasta de 32 años de edad de padre egipcio y madre austriaca que, a tenor de lo visto, supera la prueba de fuego de la Croisette con la misma audacia sencilla de que hace gala su personaje principal: un leproso (curado pero aún visiblemente estigmatizado por la enfermedad en el rostro y en las manos) que se hace a la carretera y afronta los ojos de la sociedad tras décadas de vida aislado en un rincón, rodeado de parias como él. Semejante viaje, incongruente y lleno de peripecias, hasta su ciudad natal y su familia, tiene lugar en compañía de un huérfano de diez años con quien ha entablado un vínculo de amistad.

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Todo empieza en pleno desierto, en el lugar que llaman (con toda la razón) "la montaña de basura". Allí trabaja solitariamente Beshay (Rady Gamal) buscando entre los residuos la chatarra que pueda vender antes de encaminarse a la leprosería, donde ha transcurrido la mayor parte de su vida desde su infancia, concretamente desde el día en que su padre le dejó en el umbral del centro con el rostro cubierto por una bolsa. El alma de nuestro amable protagonista (de unos 40 años de edad), que saluda alegremente a sus congéneres con un "buenos días, enfermos", sufre la catatonia de su esposa, ingresada en el servicio de enfermedades mentales. La mujer no tarda en morir y la visita inesperada de su cuñada despierta en Beshay el lejanísimo recuerdo de su familia. De su ciudad natal solo conoce el nombre y, aunque su entorno lo anima más bien poco (es un eufemismo) a la aventura, se hace a la carretera con rumbo sur en su carreta a lomos de su asno, Harby. A escondidas en el vehículo se incrusta el Obama (Ahmed Abdelhafiz), un jovencito nubio duro de mollera maltratado en su orfanato. La improbable pareja emprende su viaje a lo largo del Nilo pero los leprosos no son que se diga muy populares en un mundo en el que se juzga por la apariencia. El viaje, por tanto, estará sembrado de dificultades.

Yomeddine supone indudablemente una ráfaga de aire fresco en un escaparate del cine mundial donde los autores a menudo rivalizan en procedimientos sofisticados: la cinta evita las trampas con que su guion, repleto de buenos sentimientos, amenazaba con tumbarla y su inocencia nunca la empuja hasta la dramatización a ultranza. Al contrario, la película juega con sus cartas a la estrategia del humor ligero en un Egipto a años luz del cliché turístico (apenas un fulgor nocturno multicolor sobre el río). Filmado con un clasicismo mesurado y controlado, este cuento realista accesible a todos los públicos y portador de un mensaje humanístico elemental se apoya en buena medida en la música de Omar Fadel para dotar de ritmo a las peregrinaciones de los dos personajes. Aunque estamos lejísimos, aun dentro del mismo asunto, de la complejidad de El hombre elefante, de David Lynch, y aunque algunos juzgarán sin duda que Yomeddine es demasiado ingenua y sentimental en comparación con otras obras generalmente más elaboradas de los príncipes de la competición de Cannes, este humilde regreso a lo esencial también es la prueba de que una buena estrella vela en ocasiones sobre esfuerzos aún más modestos (en el sentido más benévolo del término). 

Yomeddine es una producción de las egipcias Desert Highway Pictures y Film-Clinic. Su agente de ventas internacionales es Wild Bunch.

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(Traducción del francés)

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