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PELÍCULAS España

Grand piano: Contra el pánico escénico

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- El tercer film de Eugenio Mira es un juego claustrofóbico, ágil y teatral, un ejercicio de estilo que apuesta por la tensión y el espectáculo mientras dinamita la credibilidad

Grand piano: Contra el pánico escénico

¿Eran creíbles las maravillas de Hitchcock? ¿Y las de ese genio del exceso narrativo conocido como Brian de Palma? ¿O aquel exitazo mundial titulado Buried [+lee también:
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, sobre un hombre encerrado en un ataúd, orquestado por el español Rodrigo Cortés? Su compatriota Eugenio Mira sigue fiel las partituras de esos tres nombres cruciales en su filmografía.

Con don Alfred y su El hombre que sabía demasiado le están lloviendo comparaciones a este ambicioso Grand Piano [+lee también:
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, pues comparte algunos acordes de su pentagrama. De Palma ha sido el profesor que más ha influido en este cineasta que creció devorando sus películas. Y el director de Luces rojas [+lee también:
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ha tutelado su nuevo film, donde la sombra del productor es bastante alargada: ambos comparten esa pasión por el thriller angustioso y ese excelente aprovechamiento visual de los grandes espacios cerrados, enfatizando sus elementos claustrofóbicos. Los cuatro -maestros y alumno- son directores que tienen -o tenían- bastante claro que, si hay que cargarse la credibilidad de una historia en pos del ritmo, la intriga y la emoción, no les va a temblar el pulso para hacerlo.

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Porque si alguien va demandando explicaciones lógicas a lo que durante 90 minutos va a contemplar en Grand Piano... ya puede ir pidiendo el libro de reclamaciones. En cambio, si el espectador se deja llevar por la elegante realización, la subyugante atmósfera y el crescendo emocional del film, lo pasará como un melómano en el concierto de la Filarmónica de Viena el día de año nuevo.

El argumento, firmado por el norteamericano Damien Chazelle, es mínimo: un joven pianista, Tom Selznick (encarnado con convicción por Elijah Wood, que vuelve a trabajar en el cine español tras Los crímenes de Oxford [+lee también:
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, de Alex de la Iglesia, y antes de Open Windows [+lee también:
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, la inminente travesura de Nacho Vigalondo) vuela a Chicago años después de haber dejado su prometedora carrera suspendida por una velada marcada por el fracaso, cuando ejecutaba la muy difícil composición de un fallecido maestro. Ahora, en presencia de su guapa esposa, una actriz de éxito que contempla el concierto desde un palco, se enfrenta no sólo al piano con el que falló, sino también con su propio miedo escénico, con el terror a volver a errar y contra un loco que amenaza con asesinar a su mujer -y a él mismo- si falla una sola nota. Ahí empieza un juego letal entre gato y ratón que Mira nos sirve con ese barroquismo formal y ese estilismo operístico que ya derrochó en su anterior film, Agnosia [+lee también:
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Este thriller transcurre casi en tiempo real dentro de un auditorio donde ocupamos un lugar de honor: seremos testigos no sólo del concierto que esa noche tiene lugar, sino que sabremos algo que el público asistente al evento desconoce, absorto en el regreso de Selznick a la vida artística. Así, desde esa butaca privilegiada el acontecimiento cobra un plus de suspense, alimentado por situaciones tan extremas, asombrosas e imposibles que caminan por esa cuerda floja de lo creíble referida anteriormente. Todo un desafío en pro de una ansiedad psicológica que va invadiendo al personaje de Wood y al espectador entregado al rebuscado show que Mira ejecuta sin pudor ni miedo al ridículo.

Todo un exceso de atrevimiento en tiempos de dictadura de la lógica y la explicación, cuando el espectador también exige que no haya una nota discordante en el concierto cinematográfico que desfila delante de sus pupilas. Mira desafía pues, con sobredosis de espectáculo rebuscado, al pánico escénico y al público más racional.

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