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PELÍCULAS España

Los amantes pasajeros: con plumas y a lo loco

por 

- Pedro Almodóvar estrena su película más descarada, ligera y “gayer”: una comedia cuyo metraje transcurre en gran parte dentro de un avión de destino incierto

En España, las espadas estaban en alto ante la nueva aventura cinematográfica del manchego de oro. Negros nubarrones de sospecha (inflamados por el hecho de que Almodóvar, al más puro estilo Rajoy, no comparezca en rueda de prensa para presentarla) cuestionaban su calidad, algo que el dudoso marketing y la limitada promoción de este divertimento puro y duro no hacían más que engordar.

Y sí, Los amantes pasajeros [+lee también:
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parece, en su primera media hora, confirmar la catástrofe anunciada. Los diálogos suenan algo falsos; las situaciones, forzadas, y los actores, incómodos. Todo parece ya visto, posee aroma a chiste rancio, a un humor que funcionó en los años ochenta (en las primeras y atrevidísimas películas del cineasta) y ahora chirría por obvio, grueso y vulgar.

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Sin embargo, cuando llevamos medio vuelo, esta aeronave pilotado tras la cámara por el director de La piel que habito [+lee también:
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coge altura y consigue hacernos disfrutar de un viaje donde no hay límites para el hedonismo, el descaro y la sexualidad gozosa. Pedro nos invita a una fiesta (orquestada por un trío de azafatos –Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces, muy entregados a sus papeles de maestros de ceremonias– que no para de beber, drogarse y tener relaciones (homo)sexuales despendolada) que no será del agrado de todos los públicos. Porque Almódovar ha dado un volantazo y cambiado (de momento) el rumbo de su filmografía con su 19ª película. Aquí no hay grandes conflictos, ni intensidad ni asomo de profundidad; si acaso (en el capítulo que protagonizan Guillermo Toledo, Blanca Suárez y Paz Vega) una advertencia sobre el peligro de arrimarse a esos hombres que (en la línea del Fernando Guillén de su irrepetible Mujeres al borde de un ataque de nervios) machacan a sus parejas y les abandonan, dejándoles un bagaje de locura y desesperación. 

Y es que el argumento de esta cinta vuelve a ser (como Los abrazos rotos [+lee también:
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) un autohomenaje, un remix de sus grandes éxitos: por aquí pululan maletas, una portera cotilla (Carmen Machi recogiendo el testigo de aquella genial Chus Lampreave en Mujeres...), vírgenes con ganas de dejar de serlo, heterosexuales no tan machos, drogas relajantes, beatas, personajes que tienen sexo con otros que duermen, números musicales, planos de entrepierna masculina (como los “paquetes” que oteaba Cecilia Roth en el Rastro madrileño al comienzo de Laberinto de pasiones) y mucho desparpajo. 

Almodóvar quiere recuperar el humor y la alegría de vivir que derrochó décadas atrás y lo consigue a ratos, arriesgándose así a defraudar a ese público serio al que ha seducido con sus últimos (y tremendos) dramas: millones de espectadores que tal vez no acepten una comedia tan políticamente incorrecta.

En cambio, quien se relaje y se deje arrastrar por este show (digno de un cabaret de Chueca: sólo faltan los travestís) puede volar alegremente por un universo colorista de locazas politoxicómanas (los referidos auxiliares), hombres guapos (Miguel Ángel Silvestre, Hugo Silva) y mujeres fascinantes (Cecilia Roth, Lola Dueñas).

Almodóvar invita a los indecisos a salir definitivamente del armario y, en esta catarsis de verdades ocultas, sentimientos arrebatados y placeres nada culpables, recupera el espíritu juvenil, frívolo y libertino que estos tiempos actuales, turbulentos y grises intentan extinguir: hagamos el amor unos con otros antes de que el mundo se acabe... o se estrelle el avión, nos dice el director con esta travesura no apta para intolerantes.    

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