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CANNES 2012 Quincena de los Realizadores

Alyah: el año que viene en Israel

por 

- Licenciado por la prestigiosa Femis, Elie Wajeman firma una ópera prima agridulce sobre la reinvención judaica de un traficante parisino

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(o aliyá) hace referencia, en hebreo, a la emigración de los judíos hacia la tierra de Israel. Si a finales del siglo XIX ese fue uno de los principios ideológicos del sionismo (que culminaría décadas después con la creación del estado de Israel), en la ópera prima del francés Elie Wajeman, presentada ayer en la Quincena de los Realizadores del festival de Cannes, esa posibilidad de éxodo se plantea antes que nada como una posibilidad de escape, lejos de toda cuestión ideológica o religiosa. Ya sea por oportunismo o por mero instinto de sobrevivencia, la tierra santa se convierte en la tierra de la reinvención.

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Alex es un parisino judío de 27 años que vende droga y paga las deudas de Isaac, su hermano otrora protector, ahora adicto al juego. De visita a París, el primo de ambos, que había conseguido su aliyá hace unos años, cuenta a Alex que plantea abrir un restaurante en Tel-Aviv. El joven camello, que no habla hebreo y para quien el judaísmo se resume en poco más que al sabbat en familia, decide que la Ley del Retorno del Estado de Israel es una oportunidad para alejarse de su tóxico hermano y de su ex novia, que parece aun asombrar sus pensamientos.

La película emociona sobre todo por la manera en que Wajeman y su guionista Gaelle Mace construyen una galería de personajes imperfectos y habitados por pequeños demonios, interpretados por un grupo de jóvenes promesas del cine francés. Todos ellos se interrelacionan con fragilidad, intentando (sin éxito) que los dolores del pasado no condicionen su presente. Ese presente es para Alex sofocante y la discreta pero imponente interpretación de Pio Marmai consigue transmitir toda la inquietud de un hombre a la deriva, capaz de aceptar un cambio radical para poder respirar de otra manera. El director Cédric Kahn (que se estrena como actor) es el contrapeso al personaje de Alex. Su composición del hermano inmaturo y irresponsable está llena de humanidad y no cae nunca el en estereotipo del malo a quien inevitablemente se odia. Resulta refrescante ver una película en la que no se juzga a los personajes y el director no tiene miedo a salvarles, a darles una segunda oportunidad sin insultar por ello la inteligencia del espectador con finales tan felices cuanto inverosímiles.

Tomada su decisión de partir, Alex intenta ahorrar dinero, se embarca en un inesperadamente rápido proceso administrativo para tener su aliyá y conoce a una chica que le abre la posibilidad de reconstruir su vida amorosa. Pero tras una deliciosa secuencia en que Jeanne (interpretada por la Shooting Star francesa de 2011, Adèle Haenel) diseña (literalmente) el esquema de su amor por Alex, el joven traficante decide por fin partir, y es entonces cuando Wajeman se atreve a filmar brevemente la tierra santa como una tierra multicultural, habitada por judíos pero también por negros y asiáticos, en la cual se vislumbran los mismos problemas que en el mundo occidental. Rodada en Tel-Aviv, el último plano de la película, consigue aliar simbólicamente la rudeza de lo cotidiano con una esperanza luminosa en el futuro.

Licenciado por la prestigiosa Femis, Elie Wajeman consigue con un este primer largometraje agridulce inscribir su nombre en el grupo de cineastas franceses de obligado seguimiento en los próximos años.

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