18/05/2012 - El director austriaco Ulrich Seidl vuelve a la competición oficial del festival de Cannes con esta historia de turismo sexual 5 años después su radical Import/Export

Ulrich Seidl, desde ahora uno de los miembros de la familia de Cannes, vuelve a la competición oficial cinco años después de haber participado con Import/Export [+lee también:
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ficha de la película]. Durante el periodo transcurrido entre su anterior película y esta, Seidl ha preparado el rodaje de otras tres películas, siendo Paradis: Amour [+lee también:
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ficha de la película] la primera de la trilogía que completarán Paradis: Foi y Paradis: Espoir. La serie narra el recorrido de tres mujeres de una misma familia que buscan una felicidad que otro lugar les pueda aportar.

Teresa es una austriaca cincuentona con un físico algo deteriorado por la edad. Durante las vacaciones se comporta como esas europeas que van a las playas de Kenya para disfrutar de la compañía de jóvenes locales que están dispuestos a cualquier tipo de prostitución con tal de conseguir un poco de dinero. Teresa busca el amor, pero va acumulando decepciones conforme conoce a diferentes “chicos de playa”. Ella utiliza a estos hombres, que a sus vez la utilizan a ella, pero el intercambio queda lejos de las buenas maneras. Pronto se cuestiona el abuso bilateral y Seidl sabe mostrarnos estos excesos en su expresión más vulgar y patética, a la manera casi de un documental. Una vez se falta el respeto al otro, nadie es blanco ni negro y el paraíso se aleja al igual que los aspectos que suelen caracterizarlo: felicidad, libertad, amor, sexo...

En Paradis: Amour encontramos a actores profesionales junto con intérpretes aficionados en aras de un mayor realismo, pero la película roza a menudo la ambigüedad, sobre todo en lo que concierne a su mensaje. Mediante el rodaje en directo de uno de estos chicos que las actrices utilizan durante una larga escena de cumpleaños, algunos podrían reprochar al director cierta forma de abuso, el mismo exceso que la moral le recomendaría denunciar de forma más clara. Pero Seidl no opina lo mismo: “En Kenya, lo queramos o no, todo gira alrededor del dinero. Allí consideran que un europeo blanco tiene dinero y le tratan en consecuencia”. A menudo vemos que el punto de vista del autor se queda a un lado de esa cuerda que separa a los turistas de los keniatas en las playas de la película. Probablemente se trate de una forma de denuncia en sí: la de la visión simplista del turista. “Allí Europa, aquí África”: eso es lo que percibe un africano del otro lado de la cuerda, pero él ya es deshonesto, pues más adelante formará parte del grupo de gigolós que disfrutan el momento poniendo en escena sus estafas, que es lo que se nos muestra.

Al contrario que Laurent Cantet, que ya abordó este tema en Hacia el sur [+lee también:
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ficha de la película], Ulrich Seidl se permite momentos de comedia, tanto en situaciones como a través de diálogos con toques cínicos y racistas que le ayudan a definir a sus personajes femeninos. Por otro lado, la mayor parte de los diálogos son improvisados para que el espectador no sepa diferenciar al actor del aficionado. Esas escenas fluyen en una película sin pelos en la lengua que muestra físicos femeninos poco atractivos y cuerpos masculinos esculturales con planos que parecen cuadros, sin compromiso y a menudo obscenos. El método Seidl se acerca a un Dogma a lo austriaco: mantiene el rumbo del rodaje como si se tratara de un documental, pero solo podremos juzgar la intención una vez finalice la trilogía.

(Traducción del francés)