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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Cautiva

por 

- Rehenes y secuestradores en el caos de la selva filipina. Una película poderosa y llena de matices que protagoniza Isabelle Huppert.

Es bien sabido que el filipino Brillante Mendoza no se anda con contemplaciones. Basta recordar el estupor con que se acogió tanto la presentación de Kinatay [+lee también:
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(2009) como el anuncio del premio al mejor director en Cannes, concedido por un jurado presidido por Isabelle Huppert. La brutalidad de las imágenes y del montaje del gran cineasta del crimen y la violencia vuelven a la orden del día en Cautiva [+lee también:
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entrevista: Brillante Mendoza
entrevista: Isabelle Huppert
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: coproducción eurofilipina en competición en Berlin que protagoniza la propia Huppert, que encarna a una misionaria cristiana llamada Thérèse Bourgoine.

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Aunque se inspira de manera explícita en el secuestro que hace once años perpetró el grupo fundamentalista islámico de Filipinas Abu Sayyaf, la película se toma cierto tiempo en desplegar toda su fuerza. Este hecho se antoja más paradójico si cabe si tenemos en cuenta que la cinta abre el telón con una vertiginosa serie de secuencias repletas de caos, gritos de pánico y primeros planos de la batalla, acompañadas sin descanso por ensordecedores estallidos lanzados como las imágenes contra el espectador. Sin embargo, uno no empieza a hacerse a la idea de lo que han vivido y viven aún las víctimas de esta actividad lucrativa (por los rescates) en el país hasta haberse perdido en la jungla y haber visto este tipo de agresiones en repetidas ocasiones.

Hay que estar en apuros y sentir casi a nivel físico la hostilidad de la selva (con sus sanguijuelas, sus abejorros y sus múltiples amenazas), la ciega crudeza de los extremistas secuestradores y el egoísmo de un gobierno filipino más preocupado por matar a la oposición que por salvar a los rehenes para ser consciente del desamparo total de estos extranjeros, en su mayoría misionarios y enfermeros indígenas que se ven acosados sin respiro y tratados como objetos a pesar de sus plegarias, las negociaciones y las repetidas imprecaciones. Así, cuando, al cabo de más de cien días de horror, un equipo de televisión viene desde Manila para interrogarlos (¡no para salvarlos!), los testimonios de desesperanza y abandono nos hacen un nudo en la garganta; por ejemplo, cuando el personaje de Thérèse, totalmente abatida, explica con un hilo de voz que todo esto no se acaba, que se hace “largo”.

Entonces todos los elementos presentes desde el principio del film se despliegan ante nuestros ojos. Vemos al niño cubierto de cicatrices cuya familia murió y que piensa ir al paraíso haciendo uso de su arma. Vemos a los secuestradores burlarse de los rezos de quien acaban de ejecutar; el rehén que respalda sus acciones porque no están haciendo más que “defender su país”; las mujeres que de pronto se ven en la tesitura de decidir entre la muerte o la violación; el médico que se enrolla un fular en la cabeza como un musulmán…

También vemos, más allá de las contradicciones de bárbaras ideologías que están en el origen de todo, la convivencia: los secuestradores que cuando reciben la confirmación de una jugosa transferencia bancaria blanden burdos gestos de cortesía al teléfono, citan el tratado de Ginebra y agradecen educadamente a los lugareños por su hospitalidad; los rehenes que dan clases a alumnos analfabetos mientras que sus guardianes les enseñan sus ametralladoras; Thérèse, que se preocupa por los tímpanos de los niños-soldado cuando emplea su arma y que le deja dormir en su regazo… Y, ante esta situación, uno no deja de encontrar infinitamente desgarrador que una película tan despiadada pueda tener tal riqueza de matices.

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(Traducción del francés)

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