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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Una vita tranquilla

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- La segunda película de Claudio Cupellini es su mejor obra hasta el momento. Tras el galardón al mejor actor en Roma, la película recibió el premio Cineuropa en el Festival de Bruselas.

Los directores italianos encuentran a menudo diferentes lenguajes para abordar en el cine el tema de la criminalidad mafiosa que desgasta su país. Con Una vita tranquilla [+lee también:
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, Claudio Cupellini trata este asunto llevándolo más allá de las fronteras transalpinas, a la Alemania rural, tierra de acogida de numerosos emigrantes italianos.

Rosario, de 50 años de edad, es un inmigrante italiano que como tantos otros vive una vida sin sobresaltos en una zona rural de Alemania. Cabeza de familia feliz, propietario de un hotel-restaurante, ciudadano respetado por los vecinos y por sus empleados, Rosario saca provecho de este remanso de paz que edificó durante tan solo quince años. Sin embargo, un día dos jóvenes italianos llegan al restaurante y lo enfrentan con su pasado mafioso. Rosario tendrá que tomar algunas decisiones que pondrán en peligro su “vida tranquila”.

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, Toni Servillo da prueba una vez más de su talento y su carisma en un papel que le valió el Marco Aurelio al mejor actor en el último Festival de Roma. La historia está muy bien hilvanada para adaptarse a los códigos del cine negro de gánsteres, si bien contiene también una profunda reflexión sobre la familia y las decisiones cruciales que marcan la pauta de una vida. Aunque la cinta aborda temas conocidos con un misterio apenas disimulado, el guión se concentra más en el esfuerzo por sondear el tema existencial de la duplicidad del ser humano que sobre un universo camorrista (como era el caso de Gomorra). Al personaje de Rosario, un hombre que ha sentado la cabeza, abruma de repente el peso de su pasado y su corazón sufre el abandono forzado de un hijo, Diego, que vuelve para atormentarlo en su nueva familia. Por su actitud de delincuente de poca monta, el espectador percibe fácilmente en Diego una ingenuidad peligrosa. Con Rosario sucede todo lo contrario: este condescendiente padre de familia esconde una parte de sombra fría y calculadora, un instinto de supervivencia que nunca se sabe si está justificado por la protección de su familia o por una profunda cobardía inducida por un temor asumido de la muerte.

Cuando se abordan con precisión, estas historias viejas como el comer siempre merecen la pena: regresan a la esencia del drama, a condición de que el espectador se entregue a la emoción expresada por los personajes, aquí, todos ellos, impecables.

Una vita tranquilla es una obra muy europea teniendo en cuenta su lenguaje: sus personajes están definidos en función de su medio de expresión. Cada uno habla una lengua diferente, a caballo entre el italiano y el alemán. El alemán de Rosario es casi perfecto, pero un acento imposible de disimular lo traiciona. El italiano forzado de su esposa traduce el límite de su compromiso. Un niño es bilingüe, el otro no habla ni una palabra de alemán pero se expresa en un napolitano cerrado que comparte con un cómplice extranjero y renuncia a toda otra forma de expresión. Por el contrario, las animadas conversaciones entre Rosario y su cocinero veneciano transcurren en una lengua más pura para expresar los signos de una amistad sincera. Las palabras ocultan una doble importancia, pero, como suele suceder, el resto de las conversaciones se arraigan en lo que no se dice, en lo que uno se imagina, en lo que no se sabe, en lo que algunos comprenden incluso cuando es lo contrario de lo que acaba de expresarse con palabras.

Una vita tranquilla es la historia de una familia que funciona bien antes de empezar a funcionar mal. La segunda película del realizador Claudio Cupellini es también su mejor obra, liberada suficientemente de la simbología, a menudo pesada, que al realizador le gusta mostrar. Aquí seguimos encontrando algunos pasajes superfluos. No se entiende muy bien la explosión del principio o el inútil rodeo que da el guión para que el protagonista pueda tener una conversación con Dios. La ligera disminución del ritmo en el tercer acto parece debida a ajustes demasiado elípticos, pero el final corrige estas imperfecciones como una red que cierra la historia y condensa sus elementos. Cuando la trampa se cierra, Cupellini plantea la cuestión del provecho de la fuga cuando, en definitiva, lo que se vive no es más que una prórroga y no una verdadera liberación.

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(Traducción del francés)

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