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Virgil Vernier • Director

"A veces, lo real adopta dimensiones muy extrañas"

por 

- Virgil Vernier habla de Sophia Antipolis, su segundo largo, un film fascinante presentado en Locarno que Shellac ha estrenado en Francia

Virgil Vernier • Director
(© Thomas Smith)

Virgil Vernier cosechó cierto éxito con su debut, Mercuriales [+lee también:
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 (presente en la selección ACID de Cannes 2014 y nominado al Louis-Delluc a mejor ópera prima). El realizador francés confirma con creces su talento en la fascinante Sophia Antipolis [+lee también:
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, presentada en Locarno (en la sección Cineasti del Presente) y estrenada el 31 de octubre en Francia de la mano de Shellac.

Cineuropa: Sophia Antipolis evoca un lugar muy preciso, y simultáneamente, algo mucho más vasto.
Virgil Vernier: Lo que me atrae no es tanto la ciudad como los ecos poéticos y el imaginario que la acompaña. Sophia Antípolis recuerda lo arcaico, como si fuera una especie de ciudad mítica griega que nunca hubiera existido, una civilización perdida, porque todo el mundo ha oído su nombre, pero nadie ha ido allí. Elegir como decorado un lugar con ese nombre también propiciaba juegos de palabras con "anti-polis": contra la ciudad e incluso contra la policía, porque la película cuenta, entre otras cosas, la historia de dos agentes de seguridad.

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¿Querías echar luz sobre lo anónimo?
El proyecto de la película es darle a las cosas anónimas —consideradas como no interesantes, feas, periféricas a la ciudad, aquellas que no queremos mostrar— un gran valor, ennoblecerlas, transformarlas en personajes míticos, un poco simbólicos. Lo mismo sucede con el paisaje: quería convertirlos en decorados salidos de una tragedia griega, o de un lugar en el que pase algo simbólico, atemporal.

La cinta flirtea con lo no narrativo.
Me interesa más mostrar el encanto de ciertas personas, el misterio extraño de ciertos lugares, que contar una historia como se le cuenta a un niño antes de dormir, como para pasar el rato. Tenía ganas de mostrar cosas muy crudas, pero relacionadas entre sí. En Sophia Antipois, quería mostrar que todas esas personas no solo tienen en común una ciudad, ese territorio en el que viven, sino también la búsqueda de una comunidad. Están tan solos, tan perdidos en el mundo actual —confuso cuando uno no tiene conocimientos ni los medios para salir adelante—, que a veces pueden equivocarse de comunidad y de lucha. A poco que uno no tenga mucha formación ni educación moral, no resulta difícil convertirse en fascista. O dejarse atrapar por una secta, o por personas abusivas. Quería mostrar a personas que no fueran ridículas en sus errores, personas con un lado trágico, pero también tragicómico, porque las cosas no son tan siniestras y violentas como puede parecer en la película.

Los espacios simbolizan el vacío contemporáneo. 
Elegí Sophia Antípolis porque, al igual que Los Ángeles, es una ciudad que no está hecha para los peatones. Todo circula en coche, todo es demasiado grande, con arquitectura fascista que recuerda a cuando se quería impresionar con la grandeza de las catedrales para que la gente se sintiera pequeña y sometida. Son lugares vacíos que no se sienten con una escala humana, y esto queda todavía más manifiesto si pensamos en la necesidad de buscar calor humano, de encontrarse con los demás. Al mismo tiempo, el espacio está lleno de sol. Me encanta la contradicción entre lo inhumano, la frialdad, y el hecho de que todo esté bañado por el sol, el cliché de las postales de la Costa Azul que quiere hacer creer que todo el mundo vive con alegría, que la juventud eterna existe, que todo es ocio y juego.

La película es a un tiempo hiperrealista y como una especie de sueño despierto, un poco volátil.
Cuando un hombre hipnotizado se convierte en la película en una verdadera barra de hierro, resulta delirante, irreal. Pero todo eso es cierto: pedí a un hipnotizador de verdad que lo hiciera. No es necesario, como en el cine estadounidense, recurrir a trucos o efectos estilísticos: a veces, lo real adopta dimensiones muy extrañas. Los encuentros entre imágenes inesperadas pueden producir también una impresión surrealista. Y de todo lo que es más real, por ejemplo, las oficinas vacías, lo que es aburrido y está falto de poesía, intento sacar toda la poesía extraña que pueda haber, gracias a la película y al hecho de filmar de lejos. Porque lo que me interesa no es tanto el mundo del trabajo de servicios, sino la siguiente cuestión: ¿qué pasaría si nos encontráramos el cuerpo sin vida de una joven en una oficina vacía?

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(Traducción del francés)

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