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Katell Quillévéré • Directora

"Una aventura humanista"

por 

- VENECIA 2016: La cineasta francesa Katell Quillévéré habla de Reparar a los vivos, presentada en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia antes de viajar a Toronto

Katell Quillévéré  • Directora
(© la Biennale di Venezia - foto ASAC)

Katell Quillévéré habla para nosotros de Reparar a los vivos [+lee también:
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, su tercer largometraje tras Un poison violent [+lee también:
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(presentado en la Quincena de los Realizadores de 2010 y ganador del premio Jean Vigo) y Suzanne [+lee también:
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(estrenado también en el festival de Cannes, esta vez en la Semana de la Crítica de 2013, antes de lograr cinco nominaciones a los premios César del año siguiente). La sección Orizzonti de la 73ª Mostra de Venecia ha acogido la presentación de esta cinta antes de cruzar el charco para participar en la sección Platform del festival de Toronto.

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Cineuropa: ¿Por qué decidió usted adaptar el libro de Maylis de Kerangal?
Katell Quillévéré: La lectura de la novela me conmovió profundamente y me dejó una intuición fortísima de que, a nivel profundo, había algo en juego entre esa historia y yo y que debía llevarla al cine. Después, muchos elementos de la novela eran emocionantes en términos cinematográficos, sobre todo el hecho de que la historia transcurre en 24 horas. Era como con Suzanne, mi anterior película, que abarcaba un arco temporal de 25 años: suponía un desafío de temporalidades apasionante. Me gusta volver a pensar en cada película en la manera en que contamos la historia y construimos la narración. Aquí, también teníamos que evitar el aspecto de "contrarreloj".

¿Cómo trabajó la intriga de la novela, bastante poco convencional ya que el personaje principal es un corazón?
Quería sortear el escollo de la película coral con muchos personajes y poco tiempo para empatizar con ellos. Intenté construir algo que no fuera ni una crónica de un trasplante ni una película coral sino que la estructura fuera la de un "cantar de gesta": cada personaje se convierte en el testigo del siguiente, creando así una especie de hilo suspendido entre una muerte y una vida. El problema era reconstruir cinematográficamente esa cadena y hacer que cada personaje apareciera en poquísimas secuencias.

¿Cómo abordó el lado inevitablemente dramático y emocional del relato sin caer en un sentimentalismo exacerbado?
En efecto, era muy importante que la película no fuera un secuestro; por ello, me interesé primero en la novela en quien va a vivir, en quien va a recibir el corazón. Trabajé sistemáticamente con el pudor, sobre todo con los actores, pidiéndoles que hicieran aflorar las emociones pero sin excesos. El ritmo cuenta mucho, además, para que el espectador no sea preso de las emociones y pueda respirar antes de volver a la tensión vital, las operaciones quirúrgicas poco amables de ver, etc.

¿Qué puede decirnos del poderoso realismo del trabajo en el hospital?
Me marcó primero la documentación de la novela y me apasionó después, al sumergirme en los hospitales, el trasplante como experiencia científica. Quería mostrar un órgano como no lo habíamos visto hasta ahora y pensarlo, en general, como si la relación con el propio corazón hubiera cambiado al acabar la película. Eso tenía que pasar por ese aspecto crudo del órgano, ese corazón que vemos en un momento dado como una pieza de carnicería que se cose, se cose y se traspasa de un cuerpo a otro. Pero también había que capturar la dimensión del corazón como depositario de nuestras emociones. En general, creo que una película debe llegar adonde no vamos de normal, con imágenes que pueden resultar transgresoras. Y siempre es transgresor mirar debajo de la piel. La sala de operaciones es un lugar increíble desde el punto de vista cinematográfico, pero las imágenes que salen están documentadas, no son documentales, puesto que tienen cierta sofisticación. El director de fotografía y yo nos inspiramos en Cronenberg, en cuadros de Caravaggio, en esos colores un tanto extremos.

Las secuencias de surf del principio de la película también suponían un desafío para la puesta en escena y están muy conseguidas.
Sí, era a la vez un dolor de cabeza y un reto cinematográfico genial. Vimos centenares de vídeos de surf para comprender este deporte, que parece más un estado de ánimo, un arte de vivir, siempre vinculado a la muerte, pues es muy peligroso. Queríamos comprender su estética, ver cómo podíamos renovar la imagen del surf, integrarla en una ficción y relatar algo a través de esa escena. Lo interesante es la relación con el mar como elemento, esa especie de matriz en la que el personaje se ve atrapado y que podría destrozarlo en cualquier momento. Hay una metáfora del mar. Es de donde venimos: la vida viene del agua. De ahí también que decidiera empezar la película con eso.

Réparer les vivants es también una película sobre la familia, el equipo, la cadena de la vida.
Me parecía fascinante ver hasta qué punto un trasplante es una aventura humanista e intenté transmitir eso, pues es una película que cuestiona en todo momento el vínculo. La historia se desarrolla, en primer lugar, a la escala del individuo, de una familia; luego, de la comunidad, la del hospital, la de una sociedad como la francesa, en la que todo el mundo tiene derecho a un trasplante. Es una aventura que pone en movimiento todas las esferas de la sociedad. El trasplante se fundamenta en un principio de solidaridad y recuerda hasta qué punto el ser humano está en relación con sus semejantes.

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(Traducción del francés)

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