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LOCARNO 2018 Cineastas del presente

Crítica: L'Époque

por 

- LOCARNO 2018: En el París de los atentados y las manifestaciones, Matthieu Bareyre capta un mosaico de palabras, rabia y sueños del que surge una energía que rompe la noche

Crítica: L'Époque

“Hay oscuridad en el país de las Luces”, se lee en un muro. “La época es el sonido que se oye cuando te das un porrazo”, dice Rose, una figura solitaria y solidaria que parece cuidar la Plaza de la República, la de las velas en los atentados y los corazones dibujados con tiza sobre la gran estatua; pero también la de las granadas y los escudos. 2015, 2016, 2017, la noche, París. Después del hipnótico mediometraje Nocturnes, Matthieu Bareyre nos sumerge en L'Époque [+lee también:
tráiler
entrevista: Matthieu Bareyre
ficha de la película
]
, su primer largometraje, que compite en la sección Cineastas del presente de Locarno, donde un tiempo y un lugar se chocan y confunden, al igual que los gestos y palabras se suceden y se abrazan.

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La palabra que más se oye aquí es “¡Libertad!”, aunque sea murmurada, como en el caso de Éluard. Un reflejo en un charco, como los de ese fotógrafo congoleño fallecido en plena juventud, parece dejar una ventana abierta a otro mundo al que cerramos la puerta, mientras vibra, muy cerca de nosotros. Un chico de apenas 18 años describe su presente como un lamento, y una chica de sonrisa contagiosa mantiene despierta a su amiga. Delante de la Cinemateca, bajo un cartel de la retrospectiva de Gus Van Sant, la cámara se arriesga a un cara a cara intenso con un piquete de CRS, y hasta el operador de cámara aparece en pantalla. De repente, en el calor de las luces rojas que iluminan la noche de los jóvenes que viven, lloran, bailan y sueñan, un cuerpo bonito sigue el ritmo de la música y escapamos en silencio pero sin dejar de sentir ese pulso, esa vitalidad, una sonata vivaldiana sublime que envuelve besos robados, y transforma todo. De golpe, en cada fragmento potente y conmovedor de esta magnífica montaña de imágenes, de sonidos, de palabras, de miedos, de iras y de deseos que vibran en las brechas y se liberan en la noche, sólo vemos un único rayo de luz, una energía que se siente en el pecho y que escapa, a decir verdad, a toda formulación que no sea esta película.

La obra es rica en elementos verbales y en referencias (Bareyre también ha sido crítico). Pero como el director no se interpone sino que acompaña, se convierte en parte integrante de todo este universo, de toda su textura; y en un amigo para quienes se confiesan ante su cámara. De la misma forma, nos vemos transportados, envueltos y palpitamos con todos esos jóvenes tan poéticos y, a la vez, tan lúcidos (como la mirada azabache de DJ Soall, a la que no se le escapa nada, salvo cuando se abandona un instante con los párpados entreabiertos), tan duros y tan tiernos (como ese grupo de jóvenes que pasea por los Campos Elíseos diciéndose cosas adorables pero cuyos gritos asustan a la gente). La energía que envuelve la película se vive en toda su complejidad y con todos sus contrastes pero “la sombra no existe sin la luz” (señala Rose), y la brutalidad coexiste en cada instante con algún acontecimiento estremecedor que capta la mirada del espectador y, en gran parte, la mirada del joven cineasta, una mirada que se hace escuchar y que no olvida en ningún momento (justamente por eso) que permanece en un segundo plano para dejar su espacio, su época, a estos personajes que ama y que amamos.

L’Époque ha sido producida por Artisans du Film en coproducción con Alter Ego y ADF L'Atelier, mientras que BAC Films gestiona las ventas internacionales.

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(Traducción del francés por Carolina Benítez)

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